Vergüenza

Vergüenza

Walter Bordoni

Yo tendría trece o catorce años y todos los días que podía esperaba que llegaran las 13.30 para prender la radio y sintonizar Meridiano Juvenil. Nervioso, esperaba escuchar los golpes de la batería de Ian Paice en el tema Never before de los Deep Purple abriéndole paso a la voz del Deco Núñez. Así comenzaba la misa y en ese templo aprendí a conocer a grupos y solistas que además de darme buena música me ayudaban a hacerme distinto de los demás (por entonces me encantaba la cara de asombro de mucha gente cuando le decía: yo escucho “música progresiva”). De mi veneración por los Beatles de unos pocos meses atrás salté directamente a Pink Floyd, Génesis, Led Zeppelin, Jethro Tull y otros nombres que hoy poca gente recuerda (¿alguien se acuerda de Triumvirat o de los italianos Premiata Forneria Marconi?).
Pero un día sucedió lo que nunca debió haber sucedido. Ansioso como soy, una jornada negra e inolvidable prendí el receptor un rato antes, serían la una y cuarto, una y veinte a reventar. El tiempo justo para que enganchara el final de un programa de tango que había en el Sodre en el horario anterior a Meridiano. Cuando iba a apagar la radio o aprovechar para ir a lavarme los dientes algo me lo impidió. Una fuerza mágica venía de aquel parlante, un anormal (que por otra parte y obviamente no era Clapton) tocaba un bandoneón como yo nunca había oído ni sospechado que fuera posible. Me mató, me mató. Al final del tema el locutor dijo “escuchábamos en el final de Hoy en dos por cuatro al quinteto de Astor Piazzolla interpretando Lo que vendrá”. Aquel día algo cambió porque yo me di cuenta que esa música me iba a perseguir para siempre. Qué vergüenza, la puta madre, como voy a decírselo a mis amigos.

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